A propósito de la
exposición Orlan, arte carnal o cuerpo
obsoleto que se presentará del 7 de junio al 12 de agosto en el Museo
de Antioquia.
¿En qué momento la cirugía plástica dejó de ser un instrumento mercantil,
para ser el escenario contemplativo del arte?, ¿En qué momento se despojó de
sus estándares de belleza? Sólo una respuesta basta:
Orlan es su propia obra
de arte. Sobre su cuerpo inscribe su creación, pero no como un tatuaje, que es
apenas decorativo, sino como un lienzo móvil. Se somete a la cirugía para
mutar, transformarse, escandalizar al mundo, para huirle a la muerte cuando la
busque entre rostros perdidos.
El quirófano es su
taller. Usa los medios en otro fin, en otros supuestos simbólicos, al servicio
de otra ideología. Cuando el mundo dormitaba bajo la idea del quirófano como
salida apresurada a los vestigios del tiempo y a la burla de la suerte, surge
Orlan y confronta los cánones estéticos, escapa a las normas capitalistas del
mercado, a los modelos, irrumpe en la ola de demanda de cirugías comunes, y es
ella, y es otra.
El arte carnal, como
decide llamar a su manifiesto artístico, rechaza los patrones de belleza, le
gusta lo barroco, la parodia, lo grotesco. Debe sacudir los cimientos de
nuestras convicciones, incomodarnos y sacudirnos.
Es el arte quirúrgico,
el ritual de paso, es Orlan. Tanto se opone a los conceptos occidentales de
orden y perfección que en una de sus operaciones logró retar las leyes de la
estética, y ahora luce dos implantes de pómulo a cada lado de la frente. La
próxima intervención sería una nariz del mayor tamaño posible en proporción con
su anatomía. La nariz deberá nacer en la frente, tal y como en las esculturas
mayas.
Nueve operaciones en
total, algunas transmitidas en directo vía satélite, mientras lee filosofía,
psicoanálisis o literatura, posando antes las cámaras, sonriendo.
El público absorto ante la mitosis del sujeto,
frente a la instalación de médicos en disfraces, de relojes, pinturas,
creaciones en el momento, retratos hechos con sangre y escapularios de sangre.
Su arte corre el riesgo de disgustar, de no ser aceptada, pero ya lo dijo un
escritor de la tierra que ahora la recibe:
“El peor enemigo del
artista es el consentimiento de su obra” – Gonzalo Arango
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