En Santa Elena

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Cuando sos nube podes ser elefante, conejo o pirata, o ser mota de algodón que vuela. Sos espía también, ves desde arriba ese mal dibujo que hizo Dios cuando aprendía a pintar.

Pero de pronto llegas a Santa Elena y flotas con más calma, con menos prisa, porque allá el tiempo se escurre, se desgasta como en un cuadro de Dalí, es la velocidad de la oscuridad, el tiempo en que descansó Dios.

Cuando sos nube podes mirar a la anciana que hace carruseles con los dedos, que baña las margaritas y acerca la nariz de corcho a los pétalos de rosas. La mujer que llamaremos Concepción, deshojó los días entre arados, bosques y cementerios. Allá, donde los muertos duermen de día y charlan de noche, doña Concepción vende paqueticos de flores para que los vivos que charlan de día y duermen de noche, recuerden a los que ya no sueñan.

Ves también las planadas inundadas por cultivos de mora y fresa, de papa y alpiste. Y vos que estás arriba, ves los huertos como tejidos de abuela, como caminitos de lana. También miras las veredas asomándose tímidas, cuando abajo está la ciudad con esas ansias locas de progreso.

Algunas nubes, y sobre todo las que tienen forma de labios, han dejado saber que en Mazo no existe el temor por criar hijos con cola de marrano, esos cuentos beatos para separar amores contrariados entre familia no sembraron temor en los Vázquez. Primos que persiguen las faldas olorosas de las primas, tíos que guiñan el ojo a las sobrinas, y vaya a saber otros enredos que por discreción se han quedado en el cielo.

Contrario sucede en el Llano, que allí se abrieron las puertas a los personajes mechudos y de corazones bohemios, que cargan mochilas abiertas de las que salen vapores de sahumerio y mariposas monarca. Los hippies regaron de amor las flores, escribieron poesía en las hojas, y derramaron una brisa de estrellas y canciones.

De los bolsillos sacan pintura, trazan pinceladas en las coronas de los jazmines y le rezan a Buda por la paz de los días. Atan a las nubes un par de hilos, y así elevan cometas, te elevan a vos.

Santa Elena de eucalipto, donde los duendes mojan las narices y meten soplidos helados entre las ropas. Los pisos de madera que crujen, las brujas que tejen trenzas, el chocolate caliente y la sonrisa bucólica.

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