CARTA A UN LECTOR ANÓNIMO

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Buenos Aires, Argentina

Apreciado usted:

Sí, es cierto lo que vos decías, esta ciudad es como una pequeña Paris.

Las calles son senderos del tiempo, los rostros traen historias de inmigrantes, las bocas huelen a hierba, los abrazos a otoño. Pero detente, luego te hablare de los labios y los sueños, por ahora sólo me prestare a las quejas habituales del extranjero.

Podré decir entonces que los semáforos están al otro extremo de la calle. Lo supe cuando me cruzó un taxi tan cerca como las caricias que no están permitidas. También me quejaré porque no hay panela aquí, y me niego a la falta de un chocolate caliente en las mañanas.

No me atrevo a preguntar por qué hay dos retretes. Es como preguntar en Inglaterra por qué el volante del auto está al lado derecho. En todo caso, en mi baño hay dos sanitarios.

Los parques son lugares donde revolotean todo tipo de lenguas, es como habitar en babel, es como mutarse en las huellas de otros continentes. Por un lado me cruzan algunas frases en inglés y de repente unos susurros en alemán se enroscan en mi oído, por detrás me asalta el francés romántico, y allí unos personajes risorios se comunican en un lenguaje inventado. Sospecho que es gliglico.

A los argentinos les gusta el dulce, el azúcar, la miel, el almíbar. En cada cuadra hay por lo menos dos kioscos donde se exhiben todo tipo de golosinas y chocolates… así como sólo hay en las dulcerías en el hueco de Medellín… pero aquí ese alboroto de colores y sabores te tropieza cada diez pasos. En las aceras o veredas no hay venteros ambulantes, pero sí hay puestos de revistas, libros, postales y mapas para nosotros los perdidos.

El sol vive feliz en Buenos Aires. Si es verano se queda arriba burlando a los sabios. Entonces las nociones del tiempo que siempre fueron tan extrañas para mí, se convierten en asunto de otros, y me dejo cansar sin horarios.

En el lenguaje me tropiezo y me enredo. Las palabras de ese diccionario personal se van borrando y reescribiendo en cada conversación. Reconozco que el español es una amalgama de palabras que los académicos no logran atrapar. Que debo agudizar los oídos para descomponer cada frase y no poner la cara aturdida de los extranjeros, en la que arqueamos las cejas y nos plantamos ridículos en el desierto de la incomprensión.

Pero verás, más allá de las bagatelas lingüísticas hay algo que me ha causado una agradable extrañeza, un gustico ácido que con los días se ha solapado en la buena conciencia. Cuando uno compra algo el tendero te dice “gracias”. Entonces cuando agradezco en una reacción instantáneamente cultural, las personas ríen y me dicen: “no no, a vos”. También te saludan de “hola”. No importa que tan viejo o joven sea, si tiene corbata o tenis rotos. Todos dicen “hola”, y esa simple palabra es como un abrazo invisible, como una acogida cómplice.

- Hola – Me dijo aquel hombre de procedencia indescifrable.
- Hola – Le respondo con la sonrisa que logran los desconocidos valientes.

Habla y pregunta y ríe. Tiene una extraña bolsa negra de esas que pueden utilizar los indigentes de mi ciudad, pero él está demasiado bien vestido para ser un gamín. De repente se acerca un sujeto delgado y de ceño fruncido, se para justo frente a mi acompañante efímero, y así como quien es acusado en silencio, se levanta de golpe pidiendo disculpas y alejándose como un delincuente.

Y ahí estoy yo tratando de comprender. Ahora mi nuevo visitante es un profesor de tango con delirios de héroe. Pues bien, parece que de no ser por él hubieses sido presa de un ciruja que embelesa con buenas conversaciones el arte de robar. Sí. Tenés razón, acá hasta los gamines son lindos.

Con embargo, eso de que los argentinos son prepotentes y engreídos lo podría desmentir con la confianza religiosa de un pecador…

Pero (siempre hay peros) ese porteño que vende revistas ha desflorado mi ingenua convicción. Cometí el torpe error de preguntarle por la parada de bus mientras llevaba en mi mano la guía turística de Buenos Aires. Entonces el sujeto se alza en todo tipo de enojos.

- Para que lleva eso si no sabe usarlo!! Que pavada, es basura entonces!! Si no le sirve para que lo compra!!!
Sólo puedo tragar saliva y soltar la siguiente frase estúpida:

- Es que apenas estoy aprendiendo.
El hombre sigue hablando pero ya no lo escucho. Me concentro en mantener los ojos secos mientras le tenga al frente.

- Es la parada 39- vomita la respuesta después de haberme desarmado con sus protestas sabor a cigarrillo viejo.
Me oprime con fuerza un nudo en la garganta, la cabeza se vuelve una bomba de tiempo, los ojos se irritan por el atropello de lágrimas. Y así, por la causa más absurda siento deseos de llorar. Encontré la excusa perfecta para dejar que se derrame el agua tibia por las mejillas.

Al fin podré llorar por la lejanía, por los temores, porque no sé contar estas monedas, por los amigos que se quedan, por la mamitis contrariada, porque estoy aquí y mi otro mundo está allá.

Suspiro.

Me sueno la nariz.

Ahora que he llorado, podre escribir sobre felicidad.

Siempre suya.
Yo

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