TOKYO! TRAILER

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Esto es lo que sucede cuando tres grandes del séptimo arte se prestan a la tarea de hacer un mediometraje (o cortometraje, según su escuela teórica) sobre la gran ciudad de Tokio.

Interior Design

Siempre un homenaje a los soñadores, sí, a los hombres que todavía caminan con los ojos crispados por la imaginación, y que habitan esos escenarios fantásticos de lo onírico o del recuerdo. Tal como en la Ciencia de los sueños o en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Michel Gondry sigue dibujando personajes que tienen los pies en la tierra pero la cabeza en el aire. En este segmento de la película Tokyo!, que sigue la línea estructural de otras cintas fragmentadas por cortos, Gondry retrata una pareja nómada que busca apartamento en la gran capital. Él, un cineasta idealista, y ella. Ella. Un personaje real y rutinario, que no necesita de los artificios ni los melodramas de Hollywood para definirse en una situación de desconsuelo y vacío, así, sin más, sólo andando por la película con su vida a cuestas. Y como me gusta su cara, un rostro que al fin logro distinguir en medio de esa extraña similitud que vemos los occidentales en todos los asiáticos.

Una historia entretenida, con visos de buen humor, con una fotografía impecable… hasta que al final, a unos cuantos minutos de dar el último corte, aparece Gondry, ahí está, el director que no se basta con una trama lineal para mantener al espectador atento, no, que él lo prefiere extasiado. Entonces pasa algo, algo le pasa a ella, no lo crees, te conmocionas, te ríes, te encanta.

Merde

Empieza el segundo segmento de Tokyo!. La música vaticina un cuento de terror, y ese cuervo gimiendo en un segundo plano sonoro no puede ser más que una alerta. Que los cobardes entrecerremos los ojos, y nos dispongamos a lo peor del terror japonés, ese que se ha especializado en el género. Pero no, al instante se pueden sacudir los prejuicios para ver ese plano secuencia, genial por lo demás, en el que sale un hombre de la alcantarilla, el monstruo de las alcantarillas, y se arrebata en un meneo grotesco de destrucción.

Entonces uno se puede preguntar si acaso este personaje se exilió de un remake del Grinch. El traje verde, el pelo rojo, los ojos desorbitados, y una canción navideña que se esfuma en el travelling. Pero no. La historia es en verdad original. Así que olvidado el recelo no hay más que el encanto.

Con que gracia asume el actor francés, Denis Lavant, este personaje. Feo hasta la envergadura, feo, no como el protagonista de El perfume, esa película que postuló a uno de los hombres más bellos de Inglaterra para el papel de uno de los hombres más horribles de la literatura alemana.

Merde!

El corto es en definitiva un recorrido excéntrico, algo comedia, algo tragedia, un gusto para los ojos cansados de tantos monstruos prediseñados, para reconocer en su director Leós Carax que la inventiva no se agota, y que todavía hay hombres raros que mastican billetes y comen flores.

Shaking Tokyo

De puertas para adentro. Así termina Tokyo! en un colofón perfecto, en un final que se escabulle de las calles para habitarse en las paredes y los cuartos, ahí donde el mundo es el escenario íntimo, donde la ciudad es la casa de los hikkikomori. En la cueva de un hombre aislado por voluntad, agorafóbico por decisión, con los siempre hábitos rituales de los solitarios, los vicios de la perfección, las costumbres consagradas a las horas y los minutos, allí, es cuando aparece Tokio. Porque al fin hay algo real en la ficción, una problemática tal vez, un fenómeno cultural que define la sociedad japonesa: los hikkikomori. Ellos consagrados a su encierro se retiran del ámbito social para recluirse en sus casas.

Así que este hombre, diez años confinado, diez años sin contacto visual, rompe su pacto con la soledad cuando encuentra la mirada de la repartidora de pizza. Se sigue la historia de amor irrumpida y enlazada por temblores, la búsqueda del contacto humano, de una ciudad ya desolada, que sólo es tal, cuando los hikkikomori salen a la calle azuzados por la convulsión de la tierra.

Sólo un director asiático, el único del grupo, podía exorcizar las entrañas de Japón trazando las filigranas precisas para no caer en la crítica molesta ni en el retrato documental. Bong Joon-ho que ya había destruido a Corea del Sur en su película The Host, destruye ahora a Tokio con un terremoto que lejos de los olajes del cataclismo es la excusa perfecta para hilvanar el amor.

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