Feria, Flores y Fauna
Arriba el pelaje húmedo, las bocanadas de aire tibio, el agua destilada y ardiente, el sudor, el poncho, el sombrero, el ego, la burla, la embriaguez. Abajo el asfalto, los cascos, las herraduras, el cagajón. Los caballos que se atropellan en ese choque de largos huesos para otorgarle al antioqueño el Récord Guinnes que no obtiene desde 1999, y entre tanta pretensión se ahoga la fuerza de los rocines que no recuerdan los días de arrieros como aquella procesión festiva.
Tal vez cambiar el nombre de la Cabalgata a Desfile de Caballos no es suficiente para dar un reconocimiento a los animales que cada año son maltratados por los jinetes improvisados, y es que a veces parecen olvidar que bajo las monturas no hay un motor sino un animal que siente el peso, el cansancio y los golpes.
A los cientos de participantes se les pide visitar los puestos de atención veterinaria, tratar al caballo con dignidad y respeto, y no exceder una jornada mayor de 6 horas. Con embargo estas recomendaciones resultan tan falaces como la prohibición del licor que nubla la razón y embriaga los caminos con escenas burdas de azotes, gritos y afligidos relinches.
Por lo demás en la Feria de Flores se esperan cinco días de tortura en el municipio de Sabaneta, cinco tardes de corralejas con 24 toros cada una, cinco días de sangre a costa de una herencia cultural que nada tiene que ver con la nuestra. En el Jardín Botánico especies silvestres sofocadas en jaulas de acero que mueren en cada penosa exhibición, desfile de mascotas que aparecen en forma de cerdos, conejos y cabras, animales no domésticos que por la afanosa popularidad de sus amos resultan en ese paisaje grisáceo de humo y polución.
Arriba las silletas, los colores, las manos agrietadas y la tierra, el campesino de espalda maciza, los malabares, las risas, los niños, la música. Abajo el hombre presumido que se vale de los animales para ufanar su perdida tradición, abajo el maltrato y la tortura, abajo el dolor y la pena.
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